daisy


Ayer me salió el Tiny Desk de Rusowski.
(Mentira, no fue ayer, fue hace como 15 días, pero así suena mejor).

Lo que sí es cierto es que me pegó un déjà vu: me acordé de Paco y Cato. Recordé esos tiempos en pandemia, encerrado, escuchando Saeta y EL DISKO. Los ponía de manera religiosa, como esa vez que creí haberme enamorado de una maestra; esa complejidad increíble que recitaba palabras a las que yo ponía atención en silencio por el tiempo que tuviera que durar.

El punto es que me acordé de lo mucho que disfruté compartirlo con mis amigos… y cómo, unos años después, en 2024, todo el mundo estaba obsesionado con ellos gracias a su Tiny Desk. Un fenómeno que de verdad espero se repita con Ruso.

No, no soy de esos egoístas que disfrutan más la música cuando es solo para ellos. Claro, tengo mis momentos y recuerdos íntimos con ella, pero la mayoría son exactamente eso: míos, pero compartidos con alguien más.

Cuando lo vi por primera vez me sorprendí. Creía que Rusowski tenía mi edad… spoiler: no.

Yo estoy a unas semanas de pegarle a los 30.
Verga, escrito tiene más peso.

Él apenas está comenzando sus 20’s. Y la razón por la que lo imaginaba más grande no tiene nada que ver con el tono de su voz, ni con el tipo de música que hace, ni con sus letras (que, viéndolo en retrospectiva, debieron ser una pista clara de que era más joven que yo).

Lo creía de mi edad por la forma en que conecté con su música, con lo que escribe y por lo personal que sentí este álbum.

Me recordó al ATP de NSQK. Aunque, si tuviera que compararlos de alguna manera, diría que ATP fue un túnel por el que tuve que atravesar, y Daisy es la luz al final. Al menos es una analogía que proviene de una experiencia personal: soltar a una persona de tu vida.

Tanto en ATP como en Daisy podemos escuchar a un joven tratando de decir algo que todos hemos sentido, pero de una manera distinta. Con sonidos que no siempre sabes a qué género pertenecen, pero que igual te atraviesan. Con letras que podrían haberse escrito para la misma persona.

Creo que Daisy habla sobre cómo es seguir enamorado de alguien que ya no está ahí. No sobre extrañar, sino sobre no poder dejar de sentir.

Existe una contradicción extraña en mi cabeza sobre el tono en el que están escritos ciertos discos. Cuando las canciones son siempre tristes, creo que en realidad no lo son. Porque… ¿cómo puedes estar triste cuando todo lo que recuerdas es miserable?

Para mí, los discos que presentan la verdad completa, los momentos felices junto a los tristes, son los que realmente te hacen preguntarte qué fue lo que perdiste, cómo lo perdiste, dónde carajo se perdió. Esa es la verdadera tristeza.

Al escuchar Daisy por primera vez me brotaron muchos recuerdos. Pero no lo pienso como un álbum nostálgico. La nostalgia te miente: está hecha para encerrarte y hacerte ver cosas que tal vez nunca estuvieron ahí.

Daisy es más como un recuerdo que no se puede borrar. Es honesto, limpio y bello, pero demasiado claro para que no duela.

En lo musical, este álbum encuentra una voz propia. Logra decir todo lo que quiere sin cantinflear. Y cuando de repente caes en “99%” es imposible no pensar en el R&B gringo de los últimos 10 años. Y en IGOR, claro. No porque lo copie, sino porque parece que Ruso entendió el sonido y lo convirtió en algo propio.

En un sentido técnico y crítico, podríamos decir que son dos álbumes muy similares: fuertemente inspirados por el pop, pero con la inclusión de diversos géneros, rompiendo en ocasiones baladas y melodías románticas con beats transgresores del urbano. Eso es algo que vas a escuchar desde su intro, “KINKI FIGARO”.

Ambos artistas son parte de una nueva oleada de jóvenes que están redefiniendo la música pop y trayendo a la música hispanohablante parte del sonido que artistas como Flume o Tyler, The Creator han posicionado en otros países. Claro, es algo que hemos visto desde hace años en movimientos como la avanzada regia, pero aceptémoslo: quienes por mucho tiempo defendían la inclusión de nuevos sonidos y géneros en el país, son algunos de quienes se oponen a lo mismo ahora. Uno que otro rockerito que he leído por ahí que no es muy fan del k-pop, el perreo o el pop.

Podría hacer un texto entero hablando de este tema y de cómo este álbum es un gran ejemplo, pero creo que Daisy va más allá.

Al final te das cuenta de que esto no era una colección de canciones. Que había algo más: la idea de un disco. Una búsqueda en la voz, en cómo romperla, distorsionarla y hablar con ella.

No sé cuál va a ser tu disco favorito del año. Pero sé que este es el mío. No porque sea el más cabrón, sino porque me tocó justo donde estaba parado. Como cuando alguien dice justo lo que tú estabas pensando, pero lo dice mejor.

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